El aumento de las temperaturas en la Antártida acelera todavía más la degradación de unos de los ecosistemas más amenazados y frágiles del mundo.
La proliferación, provocará cambios en la acidez del suelo, lo que podría repercutir en la composición química del mismo, con sus consecuentes implicaciones en el crecimiento de líquenes. En segundo lugar, podría afectar al microbiota del lugar, como bacterias y hongos.
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